lunes, 26 de abril de 2021

NUBE DE HARINA AZUL


Flavia Angélica tenía fama en toda la aldea por su sensualidad exuberante. No podía esconderla, irradiaba por todos los poros de su piel traspasando los vestidos, envolviendo a todo aquel que se acercara a ella. No la dejaban salir de día. Las noches eran su mundo. Nadie la visitaba, pero todos merodeaban alrededor de su casa. Un día, armándome de valor llamé a su puerta por la noche.
Recuerdo la mirada al recibirme y los aromas que desprendía su cuerpo. Tomó mi mano llevándome a una hermosa estancia tenuemente iluminada. Era grande y abigarrada, repleta de telas suaves, envolventes y cálidas. En el centro había un enorme cuenco lleno de cerezas, coloradas y brillantes; me pidió que las probara después de lavar mis dedos en un cuenco más pequeñito. Después se desnudó y me desnudó, lavó mi cuerpo con paños de terciopelo humedecidos en agua de azahar y me introdujo en su estancia más íntima, en el ansiado y desconocido dormitorio. Nos tumbamos en la cama envueltos en caricias. Cada rincón de su cuerpo olía a diversas flores, su cabello a jazmín, sus pechos a rosas y su sexo a lavanda. Hicimos el amor de una manera inexplicable con palabras y al acabar nos envolvió una niebla cálida, como una densa nube de harina azul. Mi mente quedó nublada y cuando conseguí incorporarme, recostándome en la cama, ella había desaparecido. Quedé largo tiempo en esa posición, expectante, hasta que decidí salir.
Me encontraron mis amigos, desnudo y confuso, arrodillado junto a la puerta de Flavia Angélica.

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